lunes, 27 de septiembre de 2010
La Biblioteca Vaticana protege sus tesoros con nueva tecnología
Archivo universal / Guarda un millón de libros y valiosos manuscritos
Reabrió sus puertas tras modernizar su sistema de seguridad y de acceso a documentos
ROMA.- Después de tres años cerrada, el lunes pasado volvió a abrir sus puertas
Ahora es inimaginable que puedan darse allí escenas como la que se vio en Angeles y demonios , la película basada en la novela homónima de Dan Brown (autor odiado en el Vaticano), en la que Tom Hanks se metía en la supuesta sección secreta de
Una de las novedades más importantes de la reestructuración de este centro de saber universal, de hecho, es que la mayoría de los libros pasaron a estar protegidos por un nuevo sistema de seguridad informático basado en microchips.
"Todos los volúmenes que se encuentran en las salas de consulta y una parte de los que están depositados en los almacenes fueron dotados de una etiqueta electrónica que hace sonar una alarma si el libro es sacado fuera de
"Este sistema permite evitar los robos y también que se pierdan o traspapelen los libros. Si por error un volumen va a parar a un lugar equivocado, se detectará", agregó. En 1996, Anthony Melnikas, profesor de Historia de
Con los nuevos y sofisticados sistemas de control, será difícil que le pase algo al tesoro que custodia
El acceso a
Un trabajo titánico
Fundada en 1450 por el papa Nicolás V,
Desde entonces, hubo gigantescas obras de rehabilitación de este edificio que se levanta en el corazón del Vaticano, en cuatro pisos de un imponente palacio del siglo XVI. Por un costo de entre 8 y 9 millones de euros (salidos de las arcas de
Incluso se hicieron mejoras en el famosísimo búnker donde se custodian, a temperatura constante entre 20 y 21 grados, y con un índice de humedad entre 50 y 55, los 75.000 valiosísimos manuscritos de
"Todo brilla, todo reluce y da gusto verlo", comentó a
El cardenal recordó también que para celebrar la reapertura de
lunes, 6 de septiembre de 2010
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Arquitectura y Verano 4: Sverre Fehn en bicicleta
Por Anatxu Zabalbeascoa
http://blogs.elpais.com/del-tirador-a-la-ciudad/2010/08/arquitectura-y-verano-4-sverre-fehn-en-bicicleta-1.html#more
El único arquitecto noruego reconocido con el premio Pritzker no aprendió del norte sino del sur. Para relacionar arquitectura y hielo, para hacer hablar al paisaje, Sverre Fehn (Konsberg, 1924-Oslo 2009) tuvo que viajar a Marruecos. Tenía 28 años cuando, en 1950, pasó una temporada larga en el norte de África. Le acompañaba su mujer, la pianista Ingrid Lobers Pettersen. Se acababan de casar. Ingrid se quedaría con él toda su vida. Marruecos también.
Entre las viviendas de adobe y el desierto, Fehn aprendió una lección que llenó de sombras el credo moderno que, por entonces, a mediados del siglo XX, se construía como la vanguardia. En esa relación con el lugar el arquitecto leyó algo más internacional que en cualquier estilo de vidrio y acero, por mucho que éste se empeñara en etiquetarse internacional. Casi parafraseando a Picasso, Fehn pronunció en Marruecos una frase que hizo suya “Descubro. Y soy lo que descubro”. Se descubrió. Se reconoció. Una sola frase puede parecer poco. Pero es mucho en boca de un hombre que ni habló ni escribió prácticamente nada. Fehn sólo construyó. Y construyó poco, apenas una veintena de edificios de tamaños medio y pequeño. Nunca dejó de trabajar. Pero jamás tuvo más de dos proyectos sobre la mesa. Nunca colaboraron en su estudio más de cinco personas. Con frecuencia trabajó solo. Esos son los números del Pritzker del 97.
Escasamente teórico, pero muy reflexivo, Fehn fue un profesor escuchado, recordado y, ahora, añorado. En sus clases no hablaba de su trabajo. Y tuvo tiempo y motivos para hacerlo: dio clases durante treinta años en
Hasta entonces Fehn había viajado mucho por Europa para ver arquitectura. Lo hacía acompañado por amigos proyectistas. Y en bicicleta. Pedalear hasta un edificio era una manera de comprender la arquitectura que le interesaba. Le obligaba a dedicar tiempo a las visitas. Debía aproximarse poco a poco hasta los edificios, observando el contexto, adivinando los inmuebles en la distancia hasta descubrirlos en un lugar que siempre era distinto al que retrataban las fotos. Le interesaba esa suma: los edificios en sus paisajes, la arquitectura utilizada por las personas.
Con todo, el viaje a Marruecos no fue en bicicleta. Por entonces Fehn tenía un Citroën Dos Caballos. Y no le daba miedo el desierto. Le fascinó que el color de las ciudades fuera el mismo que el de la tierra, que arquitectura y paisaje se fundieran en un mismo horizonte. No es exagerado decir que, en Marruecos, Fehn creyó comprender el mundo. Le parecía que esa mezcla de pobreza y limpieza arquitectónica era elocuente, que en esa idea, de la tierra como la base de la que nace la arquitectura, era la clave: “es en el encuentro con el suelo donde la construcción encuentra su dimensión”.
Con ese bagaje, Fehn se presentó sólo a dos concursos. Y los ganó los dos. En 1958, levantó el pabellón Noruego en
Las casas pequeñas, con programas enormes, fueron uno de los grandes retos de este arquitecto. En realidad, en los muchos años en los que recibió pocos encargos, fue esta tipología la que le permitió seguir construyendo, algo esencial para su manera de pensar. Partía de la base de que no creía en la casa como en un escenario vacío. Tal vez por eso, ninguna de sus viviendas es neutral. Sus casas retratan tanto al lugar como al inquilino. Pero también a la arquitectura como algo cambiante
Fehn comentó en una ocasión que había estado media vida diseñando la casa-estudio de su amigo pintor Ingolf Holme. Cuando finalmente la concluyó, en 1996, la planta quedó formada por la intersección de dos cuadrados de muy distinto tamaño. El pequeño, en uno de los ángulos, formaba una especie de torre del homenaje. Las mejores vistas de la casa eran para el baño, en la segunda planta de esa torre. Fehn declaró entonces que no sabía si la casa, dibujada durante tantos años, había marcado la pintura de su amigo o si, al contrario, había sido la pintura de Holme la que había, al final, engendrado una planta así. Abrigada por lamas de madera y apostada al pie de una colina, es uno de sus trabajos más sobresalientes.
Tras cerca de veinte años de vida precaria y dificultades económicas, el Pritzker de 1997 llevó a su estudio reconocimiento, pero no más trabajo. Prácticamente recogida en Noruega, la obra de Fehn es así: poca y muy cuidada. Y la voluntad de hacer más visible el paisaje es la marca de su hacer.